En aquel momento se abrió la puerta y entre las flores de la veranda apareció la más hermosa doncella que uno pudiera imaginarse en tan lejanas tierras. La encantadora Tay-See iba vestida con una suave túnica de raso celeste que marcaba delicadamente sus juveniles formas, y su cabellera azabache caía en undosas guedejas sobre sus hombros.
Tay-See apenas tenía diecisiete años y era considerada como la criatura más bella y más extraña del valle del Dong-Giang.
Era una "florecilla perfumada", como decían los indígenas en su pintoresca y poética lengua, a la que el soplo de Buda había dado apariencia humana.
Tay-See tenía un cuerpo esbelto, flexible y delicado; sus abundantes cabellos eran más sutiles que hilos de seda y más negros que alas de cuervo y su rostro, de una belleza original, tenía rasgos de una pureza sobrehumana.
Tay-See apenas tenía diecisiete años y era considerada como la criatura más bella y más extraña del valle del Dong-Giang.
Era una "florecilla perfumada", como decían los indígenas en su pintoresca y poética lengua, a la que el soplo de Buda había dado apariencia humana.
Tay-See tenía un cuerpo esbelto, flexible y delicado; sus abundantes cabellos eran más sutiles que hilos de seda y más negros que alas de cuervo y su rostro, de una belleza original, tenía rasgos de una pureza sobrehumana.
(Emilio Salgari, La rosa de Dong Giang)
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