Saturday, August 30, 2025

Alicia

Todavía sueña, 
cuando la tarde se vuelve dorada, 
con la mesa en un claro del bosque. 
El sombrerero y la liebre gritan:
¡no hay lugar, no hay lugar...!
Y como si el tiempo jamás hubiese pasado,
el reloj se detiene de nuevo 
en la hora del té.



Sunday, August 17, 2025

El jardín y el regreso...

 
Había transcurrido un año desde aquel encuentro, pero el jardín permanecía inalterable, como si el tiempo aquí obedeciera otras reglas. Los senderos de boj seguían tan pulcros como entonces, los rosales, en su máximo esplendor, derramaban perfumes generosos, y el canto del mirlo, puntual y persistente, tejía el mismo hechizo de aquella mañana lejana. El capitán Harry Gaillard volvió a cruzar el umbral del jardín, esta vez sin bastón ni pretexto alguno, salvo quizá la vaga esperanza —que había ido creciendo implacablemente en su pecho— de volver a verla. Había aprendido, en ese año, a no cuestionar ciertos recuerdos, como tampoco cuestionaba ya el modo en que aquella imagen —una dama vestida de azul y amarillo, con los cabellos libres y los ojos grises como la niebla sobre el río— regresaba sin aviso en sus pensamientos más serenos. Avanzó despacio, recorriendo los senderos como quien sigue un mapa invisible. Y al girar en la misma curva, se detuvo, aunque esta vez no con sobresalto, sino con la serena certeza de que algo importante estaba a punto de ocurrir. Allí estaba ella, junto al mismo rosal, vestida ahora de blanco y marfil, con un sombrero ligero que apenas contenía los rizos rebeldes. Sus dedos acariciaban una flor, distraída, acudía al jardín guiada por un presentimiento que ella misma no habría sabido explicar. Él no dijo palabra al principio. Bastó con que sus pasos crujieran sobre la gravilla para que ella volviera el rostro. Lo miró, y sus ojos grises no mostraron sorpresa, sino una calma luminosa, casi alegre. —Capitán Gaillard —dijo ella, como si apenas hubieran pasado unas horas desde la última vez—. Me pregunto si es usted quien persigue a las rosas, o si son las rosas quienes lo atraen a usted. Él sonrió, con una calidez que no había mostrado un año atrás. —He llegado a sospechar que son ellas las que me conducen hasta donde debo estar. Ella bajó la mirada un instante, pero su sonrisa, leve y sincera, traicionaba cierta emoción. —¿Y ha aprendido algo en sus paseos solitarios durante este año? Él se acercó, sin premura, con la serenidad de quien sabe que ya no hay lugar para juegos ni evasivas. —Sí, señora —respondió con voz firme—. He aprendido que un instante puede marcar la frontera entre lo que uno era… y lo que desea ser. Ella lo miró con atención, como midiendo el peso de cada palabra. —Y dígame, capitán… ¿qué desea usted ser? Él no respondió de inmediato. En lugar de ello, extendió la mano, con un gesto grave pero tierno, y ella, tras apenas un segundo de duda, posó su mano en la suya. Sus dedos encajaron con naturalidad, y todo el año transcurrido se convirtió en apenas un suspiro. —Deseo ser —dijo él, con una media sonrisa— el hombre que tenga derecho a caminar a su lado… por este jardín, y por todos los que vengan. Ella sostuvo su mirada, y en sus ojos no hubo burla ni coquetería, sino una alegría limpia, inesperada, como quien descubre que la felicidad puede, en efecto, ser sencilla. —Entonces, capitán Gaillard —susurró ella, dejando que la brisa llevara su voz—, será mejor que me acompañe. Los jardines, ya sabe, no esperan eternamente. Y así, sin promesas exageradas, sin declaraciones altisonantes, comenzaron a caminar juntos, paso a paso, dejando atrás los senderos solitarios y entrando, por fin, en la misma historia. El mirlo entonaba de nuevo el antiguo hechizo, el jardín, al fin, había cumplido su destino.

Monday, August 4, 2025

Mujeres en la selva

De pronto se me ocurrió buscar a las mujeres, qué, en la historieta, se mueven en la jungla como en su casa, combatiendo a las tribus salvajes, a los esclavistas, a los cazadores, a los inescrupulosos buscadores de tesoros, en fin, a cualquiera que amenazara la normal vida selvática. Resultó ser una tarea algo larga pero sin embargo interesante, porque nos revela que es mucho más que un desfile de personajes femeninos en traje mínimo. Estas mujeres, muchas conocidas y otras que estoy rescatando del olvido, han sido protagonistas de historietas desde mediados del siglo XX, y en ellas se entrecruzan temas de aventura, género, censura y exotismo.


Todas estas heroínas tienen algo en común: son hermosas,aguerridas y están brevemente vestidas. En los cómics, como en muchos otros productos culturales de la época, el cuerpo femenino se convirtió en un elemento central de atracción visual. No importa si la historia transcurre en la selva tropical, en un desierto abrasador o incluso en una tundra helada: las heroínas usan poca ropa. ¿Por qué? Simplemente porque es lo que vendía y sigue vendiendo. El cuerpo femenino se volvió un recurso de mercado, una fórmula segura para captar la atención del lector masculino adolescente, principal público objetivo de estas publicaciones.
Las mujeres de la jungla tienen diferente origen, son reinas, princesas, diosas e incluso hay una emperatriz; otras son simplemente “girls”, muchachas que, por accidente o por destino, terminaron en el corazón del mundo salvaje. Las causas son diversas: pueden ser niñas abandonadas en la selva, como una especie de versión femenina de Tarzán, o mujeres europeas que se adaptan a su nuevo entorno y aprenden a sobrevivir con ingenio y coraje. 

En este sentido, muchas de ellas son versiones reinventadas del mito del "buen salvaje", solo que con una combinación explosiva de belleza y letalidad.

La relación con los animales también varía según la historia: estos son a veces fieles compañeros (tigres, monos, serpientes), y en otras ocasiones son peligros (tigres, monos, serpientes) que hay que combatir. Pero estas mujeres, con una lanza o cuchillo en mano, siempre parecen capaces de defenderse por sí solas. Son fuertes, decididas y autosuficientes, lo cual las convierte en figuras interesantes dentro de un mundo de ficción tradicionalmente dominado por hombres.
Respecto al atuendo, las variantes son mínimas pero significativas. Algunas usan una sola pieza de piel, otras optan por dos piezas, y unas pocas aparecen con conjuntos algo más elaborados. El material más recurrente es la piel de leopardo o de tigre, lo que refuerza la estética salvaje y sensual. Sin embargo, con el paso del tiempo, y ante la creciente conciencia ecológica y el cuestionamiento del uso de pieles de animales en peligro de extinción, se empezaron a reemplazar por cuero o tela. Aquí entra en juego un cambio cultural importante: el de la representación ética en la ficción. Aunque parezca menor, este detalle refleja cómo incluso la historieta popular reacciona (aunque a veces a regañadientes) ante las presiones sociales.


También la censura tuvo su peso. Un caso especialmente interesante es el de la Pantera Rubia (o Rulah, Jungle Goddess, como se llamó originalmente en Estados Unidos en 1947). Ella usaba en un principio un bikini de piel de leopardo, funcional y coherente con su entorno, pero fue progresivamente vestida con ropa más recatada. A veces exageradamente, "como para una oficina". Esto fue una respuesta a los críticos de la época que acusaban a los cómics de corromper la moral juvenil. El caso de Rulah no fue único: en los años 50, la presión social y política en Estados Unidos llevó a la creación del Comics Code Authority, una especie de organismo de autocensura que regulaba el contenido de los cómics. Bajo su influencia, los personajes femeninos tuvieron que cubrirse más, hablar con más decoro, y evitar mostrar conductas consideradas "impropias". Pero la manera en que los dibujantes vestían a estas heroínas dejaba en evidencia lo ridículo de la censura. ¿Cómo podía una mujer pelear con un tigre o trepar un árbol vestida con falda?

Este cruce entre sensualidad, censura y exageración revela mucho sobre la sociedad de la época. Por un lado, las mujeres de la jungla son una fantasía masculina: bellas, valientes, deseables. Pero por otro lado, también son figuras de poder: ellas luchan, mandan, sobreviven. Aunque el marco en el que existen es limitado por los estereotipos y la sexualización, su sola presencia activa una tensión con los roles tradicionales de género. No eran simplemente damiselas en apuros; al contrario, muchas veces salvaban a los hombres, lideraban tribus o enfrentaban amenazas sobrenaturales.
Así, estas heroínas se abrieron paso como protagonistas por derecho propio, compitiendo con éxito con los famosos personajes masculinos del cómic de aventuras. Aunque en ocasiones podían estar acompañadas por algún aliado masculino, no dependían de él. Eran el centro de la acción, y eso no era poco en un medio que pocas veces permitía ese protagonismo a las mujeres.







Personajes como Sheena, Queen of the Jungle, Nyoka the Jungle Girl, Camilla, o la mencionada Pantera Rubia, forman parte de un legado curioso y contradictorio. Fueron creadas bajo las reglas del mercado y los prejuicios de su tiempo, pero también supieron desafiar ciertos límites. Su figura sobrevive como símbolo de una época y como recordatorio de que incluso en las formas más populares de la cultura, como la historieta, es posible encontrar representaciones complejas, ambivalentes y, en muchos casos, fascinantes.




Shanna, la diablesa (Shanna O'Hara) 
Pantera Rubia
Leopard Girl
Jann de la Jungla
Lorna, Reina de la Jungla 
Zegra, Emperatriz de la Jungla
Tiger Girl
Taanda, Princesa Blanca de la Jungla
Nyoka (Nyoka Meredith)
Princesa Phanta (Diana Hunter)
Saari, Diosa de la Jungla 
Phara, la Diosa Viviente
 Rulah, Diosa de la Jungla (Jane Dodge)
Camilla, Reina del Imperio Perdido 
Jungle Lil
Kara, Princesa de la Jungla
Rima, Jungle Girl 
Vooda,