En aquel instante trajeron un juego de ajedrez,
y el rey me preguntó por señas si sabía jugar, contestándole yo que sí con la
cabeza. Y me acerqué, coloqué las piezas, y me puse a jugar con el rey. Y le di
mate dos veces. Y el rey no supo entonces qué pensar, quedándose perplejo, y
dijo: «¡Si éste fuera un hijo de Adán, habría superado a todos los vivientes de
su siglo!»
(Las mil y una noches 13° Noche)
(Las mil y una noches 13° Noche)
Y la joven se levantó, fué a coger de la mano a
Scharkán, le hizo sentarse a su lado, y le dijo: «¡Oh príncipe Scharkán!
seguramente conoces el juego del ajedrez«. Y él dijo: «Lo conozco; pero
¡por favor! no seas como aquella de quien se queja el poeta:
¡En vano me lamento! ¡Estoy martirizado por el amor! No puedo apagar la sed en su boca dichosa, ni respirar la vida bebiéndola en sus labios.
No es que me desprecie, ni que me falten sus atenciones, ni que olvide el ajedrez para distraerme; pero ¿acaso mi alma tiene sed de distracciones ni de juego?
(Las mil y una noches 49° Noche)
¡En vano me lamento! ¡Estoy martirizado por el amor! No puedo apagar la sed en su boca dichosa, ni respirar la vida bebiéndola en sus labios.
No es que me desprecie, ni que me falten sus atenciones, ni que olvide el ajedrez para distraerme; pero ¿acaso mi alma tiene sed de distracciones ni de juego?
(Las mil y una noches 49° Noche)
Cuando el kurdo hubo oído mi respuesta, rompió a
llorar y a sollozar, y luego exclamó con la voz entrecortada por las lágrimas:
«¡Oh nuestro amo el kadí! este saco que me pertenece es conocido y reconocido,
y todo el mundo sabe que es de mi propiedad. ¡Encierra, además, dos ciudades
fortificadas y diez torres, dos alambiques de alquimista, cuatro jugadores de ajedrez,
una yegua y dos potros, un semental y dos jacas, dos lanzas largas, dos
liebres, un mozo experto y dos mediadores, un ciego y dos clarividentes, un
cojo y dos paralíticos, un capitán marino, un navío con sus marineros, un
sacerdote cristiano y dos diáconos, un patriarca y dos frailes y por último, un
kadí y dos testigos dispuestos a dar fe de que este saco es mi saco!»
(Las mil y una noches 376° Noche)
(Las mil y una noches 376° Noche)
Pero apenas había dado Hassán algunos pasos por
aquel primer patio, cuando advirtió sentadas en un banco de mármol a dos
jóvenes resplandecientes de belleza que jugaban al ajedrez. Y como
estaban muy atentas a su juego, no notaron en el primer momento la entrada de
Hassán. Pero, al oír ruido de pasos, la más joven levantó la cabeza y vió al
hermoso Hassán, que también sorprendióse al divisarlas. Y se levantó ella,
rápidamente, y dijo a su hermana: «¡Mira, hermana mía, qué joven tan hermoso!
¡Debe ser sin duda el último de los infortunados a quienes el mago Bahram trae
cada año a la Montaña-de-las-Nubes!
(Las mil y una noches 583° Noche)
(Las mil y una noches 583° Noche)
Le hizo, pues, sentarse al lado suyo, y le dijo:
«¡Ya Anís! ¡tengo ganas de distraerme un poco! ¡Sabes jugar al ajedrez?»
Dijo él: «¡Sí, por cierto!» Y ella hizo señas a una de las jóvenes, quien al
punto les llevó un tablero de ébano y marfil con cantoneras de oro, y los
peones del ajedrez eran rojos y blancos y estaban tallados en rubíes los peones
rojos y tallados en cristal de roca los peones blancos. Y le preguntó ella:
«¿Quieres los rojos o los blancos?» El contestó: «¡Por Alah, ¡oh mi señora! que
he de coger los blancos, porque los rojos tienen el color de las gacelas, y por
esa semejanza y por muchas otras más, se amoldan a ti perfectamente!» Ella
dijo: «¡Puede ser!» Y se puso a arreglar los peones.
(Las mil y una noches 655° Noche)
(Las mil y una noches 655° Noche)
«Has de saber, pues, ¡oh Emir de los Creyentes! que
un día en que había jugado al ajedrez con tu padre el Emir de los
Creyentes Harún Al-Raschid, perdí la partida. Y tu padre me impuso la sentencia
de dar la vuelta al palacio y a los jardines, toda desnuda, a media noche. Y a
pesar de mis ruegos y súplicas, puso una insistencia singular en hacerme pagar
aquella apuesta, sin querer aceptar otra sentencia. Y me vi obligada a
desnudarme y a cumplir la sentencia a que me condenaba. Y cuando terminé,
estaba loca de rabia y medio muerta de cansancio y frío.
(Las mil y una noches 994° Noche)
(Las mil y una noches 994° Noche)
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