Doña Micaela estaba radiante. Vestía un traje de seda carmesí bordado con hilo de oro, y andaba regia con la barbilla alta y la vista en el artesonado. Brillaba en el centro del cortejo como un rubí en su engarce. Deslumbrado, me incliné todo lo que soportó mi espalda y barrí las losas con las plumas del sombrero.
—Señora, a su servicio —acerté a balbucear.
(Alfonso Mateo-Sagasta, Ladrones de tinta)
No comments:
Post a Comment