Las pocas semanas se convirtieron en seis meses. La mujer del recluso dio a luz a una hermosa niña que bautizaron en la iglesia de San Jorge imponiéndole el nombre de Amy. El carcelero actuó como padrino de la niña y juró ocuparse del bienestar de su ahijada.
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El rostro de la pequeña Dorrit no era fácil de observar. Mostraba siempre una expresión retraída y cuando se cruzaba con alguien en la escalera se apartaba asustada. No podía decirse que fuera hermosa, si se exceptúan sus ojos dulces de color de la miel.
(Charles Dickens, La pequeña Dorrit)
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