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Sus ojos, que sin embargo eran bellísimos, ponían ahora un reflejo siniestro en su rostro, pues eran de diferente color. El ojo izquierdo tenía el intenso azul del mar, mientras que el derecho era del color de la avellana. Jamás había visto algo semejante ni oído hablar de ello, y en vano buscaba alguna explicación natural.
Nos miramos largamente, rostro contra rostro, e instintivamente retrocedí y fui a sentarme a corta distancia sin dejar de mirarla. Ella se sentó también, llevando su mano al corazón.
(Mika Waltari, El aventurero)
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